Y DESPUÉS DE LAS CORRIDAS SIN SANGRE ¿QUÉ?
Por Enrique Martín - España
No sé si estamos llegando al límite del absurdo taurino o de la simple ridiculez. Ahora a este señor empresario mexicano se le ha ocurrido organizar corridas sin sangre en Las Vegas y algunos han corrido como locos a proponer su aplicación en Cataluña. Pero, ¿cómo se puede estar tan desorientado?¿Cómo se puede hacer semejante exhibición de la ignorancia? El espectáculo taurino puede gustar o no, puede ser amado como si fuera un miembro de la familia u odiado, como si se tratara del mismo Belcebú, pero lo que no es posible es intentar este tipo de apaños y llamarlo tauromaquia, corrida de toros o cualquier cosa parecida a lo que algunos entendemos como fiesta de los toros.
Es muy loable ese intento de universalizar la fiesta de los toros, pero que nos entre una cosa en la cabeza: donde no se tiene próximo el toro bravo o donde no existe una tradición de décadas, o incluso de siglos, es muy difícil conseguir que arraigue. Como las plantas, la fiesta de los toros necesita una tierra, una temperatura y una humedad especial, pero no pretendamos cultivar tomates en Oslo porque no; y aunque consigamos que una mata agarre, seguiremos sin poder cultivar tomates en Oslo. Eso es lo que pasa con la fiesta de los toros. Se pueden organizar dos tres o cuatro festejos en Pekín, Shangai o Las Vegas, pero no pretendamos que programen su temporada taurina desde la primavera al otoño, porque eso no es posible.
Estos intentos de exportar la fiesta a nuevos países sólo sirven para que unos señores empresarios vean ampliado “su” mercado e incrementados sus ingresos. Y por algún motivo que se me escapa, les resulta más rentable hacer estos montajes de marketing que trabajar a favor de la esencia de la fiesta, para que esta mejore, sea más atractiva y se acerque más a la verdad que gusta al aficionado.
He visto además los carteles que pretende anunciar en la “Monumental de Las Vegas”, que igual toma el nombre de una marca de comida rápida, de una multinacional del automóvil o de la informática, que sería lo de menos. Lo que me preocuparía es que se prestaran a este montaje los matadores de toros que se visten de luces cada tarde tanto en España como en América. ¿Qué sentirían al enfundarse el traje de luces para tomar parte en esa pantomima? Habrá quien me diga que ya se visten de toreros para otras pantomimas, pero creo que no es lo mismo.
Y el caso de Cataluña es otro muy distinto. Si los señores antitaurinos quieren ver torear, pues que saquen su entrada y que se vayan a la Monumental de Barcelona cualquier día de corrida, y si no quieren ver la sangre del toro, pues que no vayan, porque esto es así, es un espectáculo cruento, un arte, pero cruento. Y si son los taurinos los que apoyan esta propuesta de corridas sin sangre, sería mejor que eligieran el camino de la verdad del toreo y de la integridad del toro, que el de la emoción ya vendría por sí solo. De esta forma a lo mejor se conseguiría que los toros volvieran a tener en Cataluña la fuerza que tuvieron hace años y quizás no sería tan fácil tomar la fiesta como chivo expiatorio de algunos políticos. Pero, de momento, para los complacientes y complacidos taurinos parece que lo de Cataluña es sólo una isla en un mar de bondades y que nunca llegará a extenderse a otras regiones. Pero eso mismo debieron pensar los seis últimos césares de Roma.
Es muy loable ese intento de universalizar la fiesta de los toros, pero que nos entre una cosa en la cabeza: donde no se tiene próximo el toro bravo o donde no existe una tradición de décadas, o incluso de siglos, es muy difícil conseguir que arraigue. Como las plantas, la fiesta de los toros necesita una tierra, una temperatura y una humedad especial, pero no pretendamos cultivar tomates en Oslo porque no; y aunque consigamos que una mata agarre, seguiremos sin poder cultivar tomates en Oslo. Eso es lo que pasa con la fiesta de los toros. Se pueden organizar dos tres o cuatro festejos en Pekín, Shangai o Las Vegas, pero no pretendamos que programen su temporada taurina desde la primavera al otoño, porque eso no es posible.
Estos intentos de exportar la fiesta a nuevos países sólo sirven para que unos señores empresarios vean ampliado “su” mercado e incrementados sus ingresos. Y por algún motivo que se me escapa, les resulta más rentable hacer estos montajes de marketing que trabajar a favor de la esencia de la fiesta, para que esta mejore, sea más atractiva y se acerque más a la verdad que gusta al aficionado.
He visto además los carteles que pretende anunciar en la “Monumental de Las Vegas”, que igual toma el nombre de una marca de comida rápida, de una multinacional del automóvil o de la informática, que sería lo de menos. Lo que me preocuparía es que se prestaran a este montaje los matadores de toros que se visten de luces cada tarde tanto en España como en América. ¿Qué sentirían al enfundarse el traje de luces para tomar parte en esa pantomima? Habrá quien me diga que ya se visten de toreros para otras pantomimas, pero creo que no es lo mismo.
Y el caso de Cataluña es otro muy distinto. Si los señores antitaurinos quieren ver torear, pues que saquen su entrada y que se vayan a la Monumental de Barcelona cualquier día de corrida, y si no quieren ver la sangre del toro, pues que no vayan, porque esto es así, es un espectáculo cruento, un arte, pero cruento. Y si son los taurinos los que apoyan esta propuesta de corridas sin sangre, sería mejor que eligieran el camino de la verdad del toreo y de la integridad del toro, que el de la emoción ya vendría por sí solo. De esta forma a lo mejor se conseguiría que los toros volvieran a tener en Cataluña la fuerza que tuvieron hace años y quizás no sería tan fácil tomar la fiesta como chivo expiatorio de algunos políticos. Pero, de momento, para los complacientes y complacidos taurinos parece que lo de Cataluña es sólo una isla en un mar de bondades y que nunca llegará a extenderse a otras regiones. Pero eso mismo debieron pensar los seis últimos césares de Roma.
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