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Por la puerta grande, a los sones de Valencia, esa marcha-himno de esta tierra, se llevaron en hombros a Vicente Barrera en la última tarde del torero en su tierra y casi en su despedida del toreo. En realidad era su adiós grande, el la plaza que lo vió nacer como torero y en la que una mañana de marzo del 93 nos deslumbró en su debut con picadores, porque aquel chaval, nieto del gran Vicente Barrera, hacía un toreo de gran pureza y de una verticalidad indiscutible.
Un año después el faraón Curro Romero le dió la alternativa en este mismo ruedo y desde entonces le hemos visto en España y América en su línea vertical, templada y armoniosa. En el ruedo un torero de los piés a la cabeza y en la calle y un señor. Y así se ha ido, después de cortar las orejas al cuarto toro al que templó con muñeca de seda y al que mató de un estoconazo. También en su primero nos recordó el toreo con reposo, sin prisas, con la elegancia de sus genes. Adiós, Vicente Barrera, adiós ¡torero!.
En la tarde mediterranea, de temperatura como de San Sebastián, salió un toro excepcional de nombre Vaya Tío. En realidad debió llamarse Vaya Toro porque galopó con enorme codicia, embistió con largura asombrosa y se comportó con una clase infinita. A este toro El Cid le cuajó una tanda sobre la mano derecha de puro lujo, de un toreo bellísimo y de una hondura suprema. Tal vez le faltó a la faena otra tanda igual pero por la izquierda. En todo caso aquellos derechazos de El Cid quedarán ahí, como ejemplo del toreo cabal. En el quinto se encontró con una animal con mal estilo y embestida muy corta.
Daniel Luque quiso hacer el toreo bueno con el capote. Y poco pudo lograr en conjunto ante un lote blandísimo, a pesar de unos derechazos con mimo ante el casi inválido tercero.
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