Por: Luis Alfonso García Carmona, Director Ejecutivo de ASOTAURO
A propósito de los proyectos de ley que en forma intermitente presentan los enemigos de la Fiesta para tratar de imponer al resto de los mortales sus particulares criterios sobre el arte milenario de la Tauromaquia, vale la pena recordar estas reflexiones.
De todos los argumentos que se esgrimen en contra de la Tauromaquia, el único que tiene validez es, sin lugar a dudas, el de la sensibilidad. Si a alguien en particular, le pesa más el sentimiento de compasión hacia los animales que el gusto por la estética o la pasión que despierta el espectáculo taurino, es perfectamente comprensible.
Pero de allí a pretender que su sensibilidad se imponga a la de los demás, hay un trecho muy largo. Ya se convertiría en intolerancia. Yo puedo sentirme incómodo en una pelea de boxeo, en la que dos seres humanos tratan de matarse a golpes (y a veces lo consiguen), pero ello no me habilita para imponer mi criterio al resto de congéneres pidiendo que sea abolido el boxeo. Mi sensibilidad, mi opinión, mi criterio, llega hasta donde empiezan los derechos de los demás.
Y es que, en nombre de mi sensibilidad, no puedo conculcar derechos tan sagrados como el de la libertad. Es preciso garantizar a todo el mundo su derecho al libre albedrío, a tomar autónomamente la decisión de si concurre o no a un espectáculo que le apasiona.
Ahora la propia sensibilidad se ha convertido en sensiblería. Ya no importa que haya niños que se mueren de hambre, padres de familia sin empleo, miseria en los cinturones de las ciudades, violencia intrafamiliar, abusos sexuales de menores, secuestros a granel, homicidas a sueldo, corrupción política, desplazados por la violencia. No. Lo importante ahora, para los "sensibleros" es acabar con las corridas de toros. Como si con ello se remediaran de un tajo los problemas de esta sociedad agobiada por la miseria , la violencia y la injusticia social.
Basta ya de hipocresía. La compasión es un sentimiento digno de encomio, pero no es, ni mucho menos, un argumento para prohibir las corridas de toros.
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