Martín Campos Falconí / Toros en el mundo
Sea por la excusa del control sanitario debido a la pandemia, o la falta de definición del sector Cultura, las autoridades ediles desestiman permisos para el espectáculo taurino.
Por lo visto, la intransigencia y desacato de los fallos judiciales prevalece en las determinaciones de los funcionarios del Ministerio de Cultura del Perú. Burócratas de mando medio enquistados desde décadas en el sector, abiertamente enemigos de la fiesta de los toros y de la connotación que adquiere su carácter cultural en las festividades de los pueblos del país.
Pues simplemente a estos funcionarios públicos, ministros además incluidos, no les da la gana de reconocer que los toros son cultura. Cultura viva arraigada ancestralmente en el ideario festivo popular, ya no como una mera copia o remedo de la influencia hispanizante de antaño, sino que, adoptada y asumida como propia sin discusión alguna, adhirió significancia y personalidad propia en estos pagos andinos.
No otra razón explica la tozuda negativa a incluir al arte de la tauromaquia dentro del espectro al que por naturaleza, ejecución, montaje, influencia y propensión hacia la generación de otras extensiones artísticas pertenece, y que por todo ello constituye arte mayor.
Guste a unos y a otros no, como mucho o todo en la vida, finalmente.
Esto a raíz del lamentable revés que ha sufrido la tan esperada reactivación del sector -que pensábamos íbamos camino a emprender- al haberse impedido la realización de todos los festejos anunciados y programados en los recientes días dentro de la ciudad de Lima.
Apenas la semana pasada aquí mismo, celebrábamos la noticia de la reprogramación del festival taurino benéfico para el pasado 8 de mayo, con la participación del matador de toros peruano Joaquín Galdós en gesta suya de encerrarse con un lote de su ganadería de Santa Rosa en la ampliada y acogedora plaza La Esperanza que ha edificado el aficionado-empresario Tito Fernández.
Pero resultó que la autoridad local, el municipio del distrito limeño de Lurin, habiendo autorizado el festejo de forma formal durante la semana previa, la víspera y a tan solo pocas horas del inicio del mismo, sin aviso previo además, pues simplemente revocó el permiso amparándose en que para las autoridades del ministerio de Cultura, el espectáculo taurino no se encuentra calificado dentro de las artes escénicas según el parámetro establecido por el gobierno para la reactivación de las actividades generales por causa de la pandemia.
Tras ello, corrieron la misma suerte los festejos anunciados para el 15 y 22 de mayo, un festival en la rehabilitada placita del Fundo Mamacona, y una novillada también en La Esperanza, respectivamente; ambas bajo la jurisdicción de la misma autoridad municipal.
Y era lógico y previsible que igualmente no se concedieran los permisos para estos últimos pues a misma razón corresponde igual derecho.
Del mismo modo, tomándose un desquite por la desazón del suspendido evento que organizó con tanto mérito y desprendimiento el matador Joaquín Galdós, postergando incluso su retorno a España con la renovada ilusión de presentarse ante el público de su patria, accedió acompañar a su par, el matador Juan Carlos Cubas que estrenaba empresa, para anunciarse juntos en la localidad de Sicaya, centro andino del país, este 22 de mayo.
Festejo que sin embargo y ante la enorme expectativa suscitada no tuvo de momento mejor derrotero pues aduciendo el incremento del nivel de contagios por la Covid-19 en la región, las autoridades municipales habrían desestimado darle pase sino hasta por lo menos unas semanas más adelante.
Si fuera por el cuidado sanitario bajo las circunstancias derivadas por la pandemia, por supuesto que no existiría objeción alguna pero no si se utilizara el argumento del control sanitario para el fin contrario que es prolongar la inactividad del sector taurino.
Como se verá, en los cuatro casos reseñados es claro que la autoridad actúa con sesgo discriminador, negacionista y arbitrariamente obstruccionista contra los espectáculos taurinos, con claro perjuicio hacia las expectativas empresariales, el ejercicio de la libertad de hacer por parte de los aficionados y del derecho laboral de los profesionales del toro.
Lo cierto es que mientras el gobierno no reconozca y defina el carácter cultural de la tauromaquia en el país, acatando la ley y los fallos del tribunal constitucional, es evidente que las cosas se pondrán cuesta arriba; ejemplificada en el criterio de la Dirección de Arte del Ministerio de Cultura que alega el despropósito de señalar que “…la Tauromaquia no se halla dentro de su competencia”.
Ante esto, media por tanto un trabajo intenso y eficaz de los taurinos para revertir esta situación producto de la intransigencia y discriminación de la política seudo progresista del ministerio de Cultura del Perú.
Como también es cierto que al interior de los propios taurinos tener la razón no es patrimonio excluyente de nadie en particular puesto que suponerlo pasa necesariamente por la toma de conciencia para reflexionar que cualquier acto irresponsable en el que se pudiera caer, al final, perjudica a todos por igual.
Cuidado con la mínima posibilidad que los taurinos resignemos el carácter cultural de la fiesta de los toros y que permitamos se nos consuele ubicándonos en cualquier otro tipo de actividad recreativa o comercial, pues de hacerlo allanaríamos el camino de los enemigos que más fácilmente encontrarían el modo para lograr sus obsesiones prohibicionistas.
¡Los toros son cultura!
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