viernes, 6 de marzo de 2020

ESTOCADA AL ANIMALISMO: NO SE PROHIBIRAN LAS CORRIDAS DE TOROS NI LAS PELEAS DE GALLOS

Dante Bobadilla
El Tribunal Constitucional rechazó la pretensión de prohibir las corridas de toros y peleas de gallos. Solo queda aplaudir el rechazo a una actitud totalitaria que atentaba contra las libertades de los ciudadanos y las tradiciones culturales de los pueblos, en aras de una pretendida moral animalista. Parece que ahora habrá que defender a las personas frente a los que anteponen a los animales, enarbolando una supuesta superioridad moral.
No sé qué tiene que ver la Constitución con todo esto, pero me ha parecido penoso ver a la magistrada Ledesma, presidente del Tribunal Constitucional, declarando que no sabe lo que es cultura. Llegó al ridículo de levantar una banderilla de tauromaquia preguntando si eso era cultura. Por suerte ese no era el nivel de todos los magistrados. Si la señora Ledesma no sabe lo que es cultura, debió inhibirse de ver el caso. Cultura, en términos simples, es todo el conjunto de ideas, creencias, valores, usos, costumbres, tradiciones, obras y todo rasgo que haya surgido de una comunidad, quedando fijado como elemento distintivo de su existencia. Desde luego que las corridas de toros y peleas de gallos forman parte de la cultura de muchos pueblos, tanto como sus potajes, danzas, trajes, fiestas y cultos. Un magistrado del TC debería saber eso, máxime cuando es su obligación defenderlo y preservarlo.
Lo ridículo es que quienes pretenden atentar contra la cultura de los pueblos, prohibiendo las corridas de toros, son los mismos que lloriquean y deliran por las comunidades indígenas, las lenguas originarias y el pago a la Pachamama. Solo que, en su escala de valores, los animales están por encima de todo. En una corrida solo ven el sufrimiento del toro. Son incapaces de apreciar el arte del toreo por el arrojo, valor y temeridad del torero, y la belleza de sus movimientos para invitar con una capa a una bestia de quinientos kilos, de astas afiladas capaces destriparlo, y sortearla con un pase elegante. Quienes solo ven tortura y crueldad en el toreo padecen de zoomanía, otro de los nuevos males mentales de nuestros tiempos, caracterizado por la fijación en los animales y su sobreestimación.
Obviamente no todos tenemos la misma sensibilidad artística ni las mismas aficiones y gustos. A eso se llama diversidad y solo queda respetarla. No hace falta gustar de una manifestación cultural para rechazar la barbarie totalitaria de un grupete de iluminados que se siente por encima de los demás y con autoridad para prohibirnos cosas. Son libres de opinar lo que quieran sobre estas actividades: que son crueles, salvajes, etc. Y todo eso importa un comino. Ninguna ruma de epítetos y calificativos aporta un solo argumento para prohibirlos. Y menos cuando se realizan en recintos cerrados, a los que nadie está obligado a ingresar. Y por supuesto, importa un rábano que un no sé cuántos por ciento de peruanos rechace las corridas de toros. Si no les gustan, que no vayan. Es así de fácil. Las minorías también tienen derechos.
Más allá de las corridas de toros y peleas de gallos, acá se trata de defender la libertad. Y la libertad hay que defenderla en primer lugar del Estado, y en segundo lugar de los grupos totalitarios que pretenden utilizar al Estado para imponernos sus visiones mesiánicas, dogmas de fe o ideologías salvadoras. En este caso se trata de una secta animalista a la que se le ha dado por otorgarle derechos a los animales, colocándolos al nivel –o incluso por encima– de los seres humanos, y que además pretenden que el Estado se haga cargo de los supuestos “derechos de los animales” incorporándolos en la Constitución. Si toda esta locura no fuera realidad sería un buen chiste. A eso hemos llegado gracias al progresismo y su agenda internacional, porque –una vez más– esto no es nada que nos interese como país. Solo es parte de la estrategia de la izquierda internacional para imponernos su Nuevo Orden Mundial. 
Al Estado le corresponde velar por la flora y fauna del país. Y no porque los animales y las plantas tengan derechos, sino para preservar las riquezas naturales y garantizar la seguridad alimentaria, como en el caso del control de la pesca de anchoveta. Por esta misma razón, hace bien el TC al rechazar el pedido de prohibir las corridas de toros y peleas de gallos, ya que de hacerlo condenaría a la extinción a estas razas de toros y gallos, cuya única razón de existir es la lidia y la pelea. De este modo, la irracionalidad animalista termina siendo una amenaza para dos razas que, como muchas otras, han sido creadas por el ser humano para fines específicos. Eso significa que tales razas forman parte del acervo cultural de algunos pueblos.
En resumen, el TC ha defendido la libertad frente al totalitarismo iluminado. Se ha impuesto la racionalidad sobre la sensiblería. Ha prevalecido el derecho frente a la manipulación sectaria de la ley sin ningún beneficio para la sociedad. Han ganado los pueblos andinos cuyas tradiciones culturales han sido preservadas y defendidas. Se ha impuesto la diversidad frente al pensamiento único. Nadie está obligado a ver corridas de toros y peleas de gallos, por lo tanto, carece de sentido prohibirlos. Nadie debe tener el poder de imponer su punto de vista a la sociedad para quitarles su libertad y sus tradiciones culturales, bajo el pretexto de la sensibilidad animalista y una moral invertida. Sería un funesto precedente que abriría una caja de Pandora. Mucho cuidado con estas causas baratas que nos pueden salir muy caras.

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