Que nadie se confíe, que nadie la olvide. La parca maldita que siempre acecha, se llevó por delante a Renatto Motta en una de esas plazas donde la previsión y los medios médicos dejan su espacio a la locura de los jóvenes, la misma parca que mantiene al borde del precipicio vital a El Pana tiñó de tragedia los últimos días de la temporada americana. Es evidente que no hay toro chico, ni plaza amable, ni riesgo controlado, como tampoco la gloria va aparejada a la fortuna.
En ese territorio me emocionó que el toreo de alto copete se detuviese en Las Ventas, aunque fuese por un minuto, evocando a Renatto. Le ha costado la misma vida pero lo consiguió, una ovación cerrada, un padrenuestro, un minuto de recogimiento y emoción, unanimidad por una vez en los tendidos de la catedral...
No será consuelo para sus padres pero desde la pasión juvenil, la misma que le llevó a aceptar un contrato donde no había enfermería ni medios, aquellos aplausos le debieron saber a gloria y victoria, ¡Madrid rendido, al fin! Las Ventas, en pie, respetuosa y en paz, reconoció a un chavalín que dejó la vida por el toro. Fue un remanso de paz en su honor, una tregua en esa guerra diaria que se vive en Las Ventas donde se discute todo, donde todo siempre enfada a alguien, incluidas las tardes de éxito, incluidas grandes faenas, incluido, en una antología de lo absurdo, que un torero intente dejarse crudo un toro porque quiere jugarse la vida de verdad.
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