Antolín Castro / Opinión y Toros
Termina ya un año, el 2016, que para nada pasará desapercibido. Un año duro, muy duro, cruel para todo el mundo taurino.
Víctor Barrio en España, El Pana en México y Renato Motta en Perú, ofrecieron sus vidas para dar fe de que nuestra Fiesta no es ni previsible ni de cartón piedra. En ella se puede morir de verdad y Rodolfo, Víctor y Renato ofrecieron sus vidas inocentes para dejar constancia de cuanto digo.
Dolor inmenso el sufrido por toda la familia taurina por tan dolorosas pérdidas, pero también por las infamias vertidas en las redes sociales (habría que llamarlas suciales por cuanto ensucian) contra ellos y contra cuantos amamos este rito ancestral, tan de verdad y real. Hemos sufrido esos ataques de forma desmedida, injusta y cruel.
A esos percances fatales se pueden añadir muchos otros que nos han recordado que el toro no es, precisamente, el mejor amigo del hombre ni un animal de compañía. Destaquemos entre todos el de Manuel Escribano, quien allá por junio sufrió en Alicante el percance más grave de cuantos ha repartido la temporada.
También considero cruel que todo un Tribunal Constitucional nos otorgue la razón con la ilegal prohibición de dar toros en Cataluña, y que nos quede la sensación de que se van a pasar la sentencia por el ‘arco del triunfo’. Cruel es que te den la razón pero que no se abran de par en par las puertas de la Monumental.
Curiosamente, tras suceder todos los percances citados, a continuación, el toro de la vida me tenía reservada a mi otra cornada de las que se tarda en recuperar. Un problema intestinal que me ha tenido en vilo el resto del año y del que todavía sigo convaleciente. También en lo personal ha sido un año cruel.
Por todo ello, solo me queda esperar, y desear, que 2017 nos colme de alegrías que nos hagan dejar atrás las crueles secuelas que 2016 nos ha dejado.
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