Por Pla Ventura / De Sol y Sombra
Si tuviéramos la lista exacta de todos los hombres que intentaron ser toreros y no lo lograron, posiblemente, dicho dato nos haría estremecer y, lo que es mejor, valoraríamos en su grandeza ese hecho tan bello como apasionante. Son cientos, incluso diría miles los que dejaron su juventud en la búsqueda de la quimera e ilusión por ser toreros y, solo un reducido grupo de mortales lo han logrado a lo largo de la historia del toreo.
Antaño, los toreros nacían de las capeas por aquello de jugarse la vida frente a un toro en las calles, acción hermosísima donde la hubiere pero, en el devenir de la vida nacieron las escuelas taurinas que, en la medida de lo posible han paliado aquella crueldad que significaba ser torero sin el apoyo de nadie. Las referidas escuelas no han sido la panacea que todos creían, nada más lejos de la realidad pero, por encima de todo, dichos centros de enseñanza han valido para albergar a muchos chavales que, en el peor de los casos, por aquello de no haber llegado a la meta, no podemos obviar que se han forjado grandes aficionados y, lo que es mejor, excelentes personas.
Muchos, al respecto de las escuelas taurinas se les ha tildado de estereotipadas; es decir, crear un modelo de torero para que todos sean iguales y, nada de eso. Cada cual, en la escuela ha tenido su personalidad pero, a diferencia de los antiguos maletillas, a los chavales de las escuelas se les enseña la técnica para poder dominar a la fiera y, más tarde, cada cual aflora su propia personalidad. De igual modo, algunos, hasta en su ignorancia siempre han creído que de dichos centros de enseñanza saldrían toreros por doquier, craso error.
Y por este motivo llega el homenaje al que cito para todos aquellos que lo intentaron y no lo lograron porque, como es lógico, ser torero es más difícil que ser Papa y si establecemos la comparación entre cardenales que aspiran al cetro papal y chavales que quieren ser toreros, muy pronto comprenderemos que el axioma de Juan Belmonte en su momento tenía un fundamento tan lógico como cabal, como todo lo que decían aquellos hombres sabios de hace cien años.
Tras muchos años de incertidumbre, como digo, solo unos pocos logran llegar a ser figuras del toreo, otros apenas debutan con picadores e incluso llegan a doctorarse como espadas de alternativa, muchísimos se pasan a las filas de los banderilleros y el noventa por ciento mueren en el empeño pero, aquí viene la grandeza de la que hablo puesto que, sin lugar a dudas, tras el paso por cualquier escuela taurina, éxitos o sin ellos, esos hombres han quedado estigmatizados por la belleza de la fiesta taurina y, todos, sin distinción, se han forjado como auténticos aficionados y, como siempre dije, con una lección importantísima aprendida, que no es otra que saber caminar por la vida.
He conocido a muchos hombres que, pese a que dejaron su juventud en el camino del toreo, al final todos le siguen dando gracias a la vida por el hecho de haberlo intentado, entre ellos, Carlos del Pozo, un hombre que lo intentó y hasta toreó con picadores; es más, en las escuelas taurinas, a lo largo de todo España se ha albergado a chavales que, antes de entrar en la escuela taurina llevaban una vida descarriada y, salieron de las mismas con una altura de miras ante la vida que, ya la quisiéramos el resto de los mortales. O sea que, bien hallados sean los que lo ha logrado, pero, como quiera que los que lo han intentado son muchos más, para todos ellos mi gratitud y respeto. Nunca olvidemos que, uno de los grandes toreros del pasado siglo, José Miguel Arroyo Joselito, el que tuvo una infancia dramática y una juventud descarriada, gracias a la escuela de Madrid, no es que se forjara como un gran tipo que, si se me apura ya es muchísimo, pero como el mundo sabe ostentó el galardón de ser una gran figura del toreo. ¿Qué hubiera sido de este hombre si no llega a pisar dicha escuela? Nadie lo sabe, pero, no es difícil adivinar que, posiblemente, su vida hubiera discurrido por la vereda del delito. Al margen de otros muchos, Joselito fue uno de los grandes logros de la escuela de Madrid, pero, todos, absolutamente todos lo que por allí pasaron se forjaron como hombres, algo que siempre les agradeceremos a sus profesores al cargo de dichas escuelas.
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