viernes, 6 de noviembre de 2015

UN TRÁGICO, UN ZEÑO Y UN SENTIMIENTO


Josefina Barrón

Mi columna de hoy en El Comercio....

- ¿Qué es el toreo?
- Un sentimiento

Escribía Zeñó Manué que esa había sido la mejor palabra que lo definía. Respuesta como un trazo que le ofreció Belmonte una tarde en Sevilla cuando él se atrevió a preguntar. Un sentimiento hondo como la dimensión temporal. Más arcana que antigua la lucha entre el hombre y el toro. Porque cita la muerte es más un ritual que un espectáculo. Y porque a la vez conjura la vida, hay un componente sutilmente litúrgico que se respira en cada uno de sus movimientos.

Se pregunta Manuel en el rostro de un aficionado anónimo que vuelve la cara al tendido: “¿Es que uno viene aquí a divertirse? ”Cargadas de todo tipo de reflexiones sobre Lima, la raza, el criollismo, España, la historia del toro, tradiciones y toreros que llegaron o aquí nacieron, y del por qué era necesario instaurar una Feria en octubre para que estuviese vinculada al fervor del Señor de los Milagros y su procesión y vecindad bajopontina.

Lo describió todo como un duende rondando en el alma del torero, en la entraña de la bestia, en los maderos de las tablas de la vieja plaza, en los rayos del sol que caerían en enero sobre el arena antes que octubre vistiera Acho de morado. En lo que de tauromaquia había de acontecer y oler tenía que estar el Zeño Manué y su palabra diciendo, escudriñando, su ojo, su labia. Así dijo también: “Para mí, como para muchos aficionados, la fiesta de los toros se levanta en un tríptico. La técnica, el valor y la belleza se suman en una expresión arrogante que surge a la orilla de la muerte”.
Cuando se colaba la tauromaquia como una musa en la pintura de José Sabogal, en los dibujos de Cristina Gálvez, en las formas voluptuosas de Joaquín Roca Rey o en los versos de Juan Ríos, diría Zeñó Manué “que los toros son un arte que se ha vertido en el cauce de las otras artes, y que ha dejado en ellas como un relámpago herido, su fugacidad luminosa, apresada en la eternidad de las más profundas concepciones estéticas del hombre”.

Y al conocer más de cerquita a Belmonte, queda subyugado por la figura trágica y cautivante del matador, como quedó primero Valdelomar. Y sigue diciendo de Belmonte: “Y así, sentenciosa y brevísimamente nos lo explicó aquel que fue la encarnación más vibrante de la fiesta, el genio que conquistó e impuso, ritmos, acentos hasta ese entonces desconocidos, tales el cruzarse con los astados y el templar con el capote y la muleta. Y cuando le pregunté que cual consideraba él su aporte al toreo, me aclaró, nos aclaró a todos: - Yo no he aportado nada al toreo. El alma no se aporta. El alma se va con uno.

Nada podía haber expresado mejor la intimidad que esta danza quieta, este grito silencioso, esta angustia contenida”, terminó escribiendo Manuel Solari Swayne, el entrañable Zeñó de la fiesta brava.

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