El torero de Galapagar solo consiguió un trofeo del quinto, y el presidente fue abroncado por no conceder el segundo
Jorge Villar Valencia Información.es
Volvía José Tomás hoy a los ruedos después de su grave cogida en abril del año pasado en Aguascalientes. Volvía el rey del toreo actual, que no quiere medirse con toreros punteros del escalafón ni con ganaderías de mayor compromiso. Un rey un poco despótico, vamos. Y los fieles súbditos, los del pueblo llano y los de la aristocracia, acudieron a su nueva millonaria llamada.
Si en lugar de encontrarnos en 2011 y lo de ayer hubiera ocurrido en el siglo XVII, poniéndonos por caso, al presidente de la corrida, Juan Moreno, lo hubieran quemado en el mismo centro de la plaza de toros de Valencia, llena hasta arriba. Y todo porque ayer volvía José Tomás. En eventos como este, la psicosis tomasista se hace hasta con algunas mentes preclaras y todo se vuelve encomiable, mayúsculo, conmovedor. Y el del balconcillo decidió ayer aislarse de tan comprometida coyuntura mental, valorar las cosas en su medida y abstraerse de lo emocional. Cierto que lo emocional es vital en el arte del toreo, y la voltereta impresionante que recibió el torero de Galapagar en el primer estatuario de la faena de muleta al quinto, comenzada en los medios, constriñó los corazones tomasistas y provocó que todo lo que hiciera tras reponerse tomara aires de triunfo.
A decir verdad, hubo demasiados enganchones e intermitencias en la labor del madrileño. Rotundos fueron los naturales de una tanda mediada la faena a un animal que no acababa de entregarse y se rajó a la tercera serie. Las manoletinas finales, cargando la suerte (!), preludiaron a una estocada algo desprendida que desató la histeria.
Se estrenó José Tomás en un quite al primero de la tarde por delantales. Repitió, ahora por gaoneras, en el segundo, un sardo que sacó castita y pidió mando por abajo. Le dio fiesta el torero con la muleta a rastras, ligando cuando pudo, y quedó sensación de buena faena incomprendida por quienes no vienen a la plaza más que al reclamo de lo mediático. Perdió dos veces la muleta a los pies del animal, y quedó cierta sensación de intermitencia. Escuchó un aviso en ambos, y en este saludó desde el tercio.
La puerta grande la abrió el mexicano Arturo Saldívar por llevarse el mejor lote y saber aprovecharlo.
Replicó en quites siempre que tocó, por espaldinas, chicuelinas y demás. Buenas tandas diestras le recetó al primero, quizá demasiado a la pala del pitón. Una voltereta por perderle la cara al animal subió el ambiente y, tras pinchazo y estocada, recibió la primera oreja.
El sexto tuvo veinte muletazos buenos y se los endilgó en dos tandas a derechas y una al natural de alta nota. Cerró por bernardinas y, tras certera estocada, se llevó el segundo trofeo. Puerta Grande. De convidado de piedra a titular de las crónicas. Ese es buen camino.
Víctor Puerto brilló en el inicio de rodillas al que abrió festejo, y poco más se le pudo ver. Ni este ni el urraco cuarto se acabaron de emplear, y anduvo discreto y correcto. Saludos y silencio.
Foto: José Tomás